Castigo y pandemia
Es curioso. En estos días de crisis y cuarentena por el brote del COVID-19, pululan los mensajes que hablan de la “venganza” del universo contra la humanidad, de las “lecciones” que nos está dando una tierra cansada de esta plaga humana obsesionada con rasgarla, drenarla, roerla, mutilarla. De hecho, he podido constatar que la creencia en que esta pandemia viene para devolver el equilibrio, para “retornar a la tierra aquello que le pertenece” -y que, naturalmente nosotros (¡oh perversa humanidad!) hemos usurpado- es bastante generalizada.
Menos comunes son los mensajes que definen el coronavirus como un castigo divino por el libertinaje y el derroche de las sociedades modernas, pero en todo caso los hay… Parecería pues, que tanto los ambientalistas/madre-tierristas, como un gran número de creyentes, se valen de un recurso muy poderoso para interpretar los tiempos difíciles que atravesamos: la idea de castigo (el divino, el de la madre tierra, el del universo, en fin, el de algún ser sobrehumano).
Y después de todo, no es extraño, como tampoco lo es que hoy nos enfrentemos a una amenaza viral, pues como explica Juan Esteban Constaín en su artículo publicado en El Tiempo, “la peste siempre ha estado ahí, desde la prehistoria […] los microorganismos que causan las enfermedades han evolucionado a la par con la especie humana y su capacidad para resistirlos. Ha sido un equilibrio siempre en ciernes, un diálogo brutal, que recorre casi la línea evolutiva de la civilización”.
Sucede pues, algo similar con la idea de castigo divino y su asociación con la tragedia -y en especial con la peste-. Parecería que así como la humanidad se ha relacionado con las epidemias desde el principio de los tiempos, también desde entonces el castigo divino es el recurso interpretativo por excelencia para dotar de sentido a esta experiencia dolorosa y estremecedora que se repite de tanto en tanto.
Ya por allá en el Siglo XIV a.C, el Imperio Antiguo de Egipto experimentó una serie de eventos desafortunados que en lenguaje bíblico se conocen como las “diez plagas de Egipto”. La séptima de estas tragedias, fue un brote de viruela que al parecer afectó a gran parte de la población (se han hallado evidencias del acontecimiento en las momias de aquel periodo) ¿La interpretación bíblica?: Castigo divino por el sometimiento de los hebreos.
Varios siglos después, el primer brote de la feroz peste negra sacudió al Imperio Bizantino cobrando, según el historiador William Rosen, la vida de al menos el 25% de sus habitantes. Hacia mediados del siglo V d.C la peste llegó Constantinopla, la capital del imperio, que por su importancia comercial y política pronto se convertiría en el foco central de la epidemia. La plaga sería interpretada entonces por el famoso Historiador bizantino, Procopio de Cesarea, como un castigo divino por los pecados del emperador Justiniano y su esposa Teodora.
Y sucedería algo similar con el segundo brote de la peste negra en la (mal llamada) “Europa Medieval” del siglo XIV, que acabaría con al menos la mitad de la población europea y daría lugar al resurgimiento de las hordas de flagelantes. Estos grupos de caminantes estaban conformados por personajes peculiares que creían que la brutal epidemia era un castigo divino y la prueba inefable de que el fin estaba cerca, razón por la cual había que castigarse, flagelarse y ayunar hasta conseguir el perdón de Dios.
Pero la lectura justiciera de las pandemias no acaba allí. Tan sólo un siglo atrás, (¡así es, pleno siglo XX!) cuando la Gripe Española asoló a la población mundial, los creyentes en diferentes lugares del mundo siguieron asistiendo a sus lugares rituales, para pedir perdón a un Dios irascible que castigaba a una humanidad caída en desgracia. Así, en 1919 en Argentina, “se convocaba a una procesión con fines de mitigar la ira y el castigo divino, consecuencia del desarrollo del paganismo incrédulo y del descuido de la fe”(1), entre otros graves pecados.
El castigo (de alguna entidad superhumana), ha sido pues la norma en la interpretación de la plaga, aquel archienemigo biológico con el que hemos librado un pulso a muerte desde siempre. Y es que parece ser un recurso inagotable, ya no sólo por su capacidad de dotar de sentido esta experiencia dolorosa, sino también porque tiene la capacidad de acabar con la parálisis, de retornar el movimiento, la vida y la esperanza a las personas.
Déjeme explicarle: la idea de castigo encierra dentro de sí un sentido muy profundo de purificación, de expiación, de transición. No es una idea ciega, fatídica, sino que por el contrario, nos habla de un futuro, y de uno mejor: aquel que sólo es posible tras haber purgado nuestros crímenes, nuestras ofensas, nuestro pecado. Véase entonces desde una perspectiva ambientalista o cristiana, la idea de castigo pervive hoy entre nosotros, y se erige como una bandera de sentido y esperanza ante una guerra inclemente contra nuestro enemigo más antiguo.
- “La gripe española en Prespectiva médica: los brotes de 1918 – 1919 en la escena científica argentina”, María Dolores Rivero et.al, Revista Ciencias de la Salud, vol. 14, no. 2, 2016.