De naciones, mapas, y otras ficciones
En el último mes, las declaraciones de Claudia López sobre los migrantes venezolanos han despertado mucho debate. Y es que ante el incremento de la violencia y la inseguridad en la ciudad, la alcaldesa ha declarado que “no es la primera vez, […] que tenemos actos muy violentos de migrantes venezolanos. Primero asesinan y luego roban. […] A los venezolanos todo se les ofrece, ¿qué garantías tenemos los colombianos?”
Si seguimos la argumentación de la alcaldesa, diríase que la inseguridad en la ciudad tiene nombre propio. Pero la situación de violencia e inseguridad en Bogotá no empezó con la migración venezolana ni es un fenómeno simple, que se pueda reducir a nombres y nacionalidades.
Ahora bien, más allá del debate sobre la xenofobia de Claudia, la pregunta clave es ¿por qué se refiere exclusivamente a la migración venezolana y no habla de la migración y el desplazamiento doméstico como un factor que incide en los niveles de inseguridad y violencia en la ciudad? Y a esta pregunta subyacen otras más importantes: ¿Por qué nos identificamos como personas diferentes de “los venezolanos”? ¿Qué trasfondo histórico hay detrás de ello?
Estas preguntas cobran especial relevancia cuando echamos un vistazo a la transformación de los mapas de los actuales territorios de Venezuela y Colombia, desde la conquista de España, hasta el presente:
Como verá, son más los siglos en los que hemos sido parte de una misma unidad política, que los siglos en los que hemos estado separados… ¿Qué explica entonces que personas tan diferentes como los bogotanos, costeños, caleños, paisas, santandereanos y pastusos, entre otros, nos sintamos compatriotas, mientras vemos en los venezolanos al extranjero, al enemigo?
La respuesta está en el proceso de consolidación de los estados nacionales en América Latina (y en el mundo). Y es que por extraño que parezca, la identidad nacional y las naciones mismas no son más que construcciones históricas.
El clásico de Benedict Anderson, “Comunidades Imaginadas” ofrece luces sobre el tema: la nación no es otra cosa que un producto de la modernidad, asociado a la fractura de la comunidad global cristiana (con la pérdida de la unidad y el poder de la Iglesia Católica), la alfabetización de las masas con lenguas vernáculas, el resquebrajamiento de la idea de gobierno por derecho divino, y la prensa.
Y siguiendo la línea de Anderson, otros historiadores han analizado el proceso de consolidación nacional, descubriendo nuevos elementos que han jugado un papel clave en el proceso. Desde el arte, hasta la radio, la televisión y el deporte, todos estos recursos han sido cruciales para hacernos pensar que hacemos parte de una misma comunidad política. Así, cuando la selección mete un gol en el mundial, todos saltamos de la alegría, sin detenernos a pensar que “Colombia” es un concepto ambiguo y que en últimas, ese futbolista poco a nada tiene que ver con uno mismo.
Palabras más, palabras menos, a lo que voy es a que nunca está de más cuestionar el sentimiento nacionalista, recordar que las naciones son una construcción histórica, y que las fronteras solo existen en los mapas…
Mapas que, por todo lo demás, siempre están cambiando…