¿Se vale desobedecer?
Era el verano de 1846. La brisa soplaba sobre el lago de Walden. Los árboles se movían lentamente, al compás del viento. Y de repente: un grito, forcejeos, palabras sueltas: Henry David Thoreau, el fabricante de lápices, había sido hallado por Sam Steples, el temible recaudador de impuestos que le exigía el pago de 6 años de impuestos atrasados. Thoreau se negaba: aunque le costara la cárcel, no pagaría impuestos dirigidos a financiar la guerra con México.
Y de esa noche en la cárcel surgiría la gran pregunta: ¿cuáles son los derechos y deberes del individuo con relación al gobierno? Pregunta que abordaría en varias conferencias a lo largo y ancho de Estados Unidos, y que después analizaría con mayor detenimiento en su “Ensayo sobre la desobediencia civil” (1849).
No es claro quién pagó los impuestos de Thoreau. Pero sin duda, él jamás lo habría hecho: estaba convencido de que tenía el derecho de no contribuir a una causa que consideraba injusta.
Y del mismo talante de Thoreau, otros rebeldes han cruzado este mundo desobedeciendo leyes que consideran injustas y arbitrarias. Tenemos a las sufragistas que aparecían en las urnas e intentaban votar, aunque su presencia estuviera prohibida, a Martin Luther King y su llamado a desobedecer las leyes de segregación racial, a Gandhi y su movimiento de desobediencia al régimen colonial inglés… En fin. Por fortuna contamos con varios ejemplos, aunque siempre serán escasas las personas que se atrevan a cuestionar el orden establecido.
Pues bien, la semana pasada cientos de comerciantes en Bogotá decidieron desacatar las normas de confinamiento definidas por el Gobierno y la administración distrital, manteniendo sus puertas abiertas. ¿Estamos ante un acto de desobediencia civil de la talla de los de Thoreau, las sufragistas y Luther King?
Quizás no. Quizás la desobediencia civil en este caso no tenga rasgos tan heroicos. Pero no por ello deja de ser relevante.
Y es que la pandemia ha venido acompañada de la creciente inmersión de los Estados en las actividades económicas y la vida privada de las personas. La combinación de confinamiento, vigilancia y suspensión de las actividades económicas han sido la norma en la mayoría de los países del mundo. Y parecería apenas lógico: estamos ante una crisis sanitaria de grandes proporciones que, de dejarse correr con libertad, acabaría con la vida de muchos.
Pero no por ello podemos ignorar el hecho de que la creciente regulación de la vida de los ciudadanos es problemática y tiene graves implicaciones para el goce efectivo de las libertades y los derechos individuales, la democracia, y en especial, para la posibilidad de subsistencia de las personas más necesitadas.
En una ciudad como Bogotá, donde el comercio aporta el 19% del PIB y cuyo crecimiento decreció 7,1 puntos porcentuales en 2020[1], es necesario preguntarse si se le puede exigir a las personas que dependen de esta actividad económica, que cierren sus locales. Y lo mismo podemos decir de otros sectores, como las actividades de alojamiento y servicios de comida, que decrecieron 69,3% en 2020, respecto del segundo trimestre de 2019[2] y de las cuales dependen muchas familias de la ciudad…
En fin. A este debate subyace una pregunta histórica de gran envergadura: en las infinitas crisis epidemiológicas que ha atravesado la humanidad, ¿cuál ha sido la principal causa de muerte: el virus o el hambre? Quizás sea una pregunta a la que nunca hallemos respuesta… Pero sin duda es la pregunta que nos debemos hacer en estos tiempos en los que la regulación estatal de nuestras actividades económicas y cotidianas parece no tener límites. Tiempos en los que, por todo lo demás, tan sólo se escuchan algunas pequeñas y desarticuladas voces de protesta y rebeldía…
[1] Cifra tomada del Observatorio de Crecimiento Económico de la Cámara de Comercio de Bogotá. Disponible en: https://www.ccb.org.co/observatorio/Economia/Economia-dinamica-incluyente-e-innovadora/Crecimiento-economico
[2] DANE.