Tras la fiesta… La resaca.
Desde diciembre no escribo. No he tenido tiempo. Pero los últimos acontecimientos me han arrojado, con un impulso incontenible, a teclear. Son tantas las ideas y emociones que estallan en mi cabeza, que es difícil escribir un artículo que las comprenda todas. Pero necesito sacarlas. Este popurrí de ideas inconexas y un poco desastrosas es lo único que puedo ofrecer. Lo que usted presenciará es un exorcismo, una sacudida fatal. Un intento de darle cuerpo a los últimos acontecimientos, en un artículo desencuadernado que contiene tres niveles de análisis: el pasado reciente, el pasado remoto y el futuro.
Empiezo con el pasado reciente. La derrota del Centro Democrático en las elecciones del Congreso y de Fico en la primera vuelta, son evidencia del descontento con la administración de Duque. Mientras los sectores de izquierda y los anti-uribistas siempre vieron en él a la marioneta de Uribe, el electorado que lo eligió se sintió defraudado.
Las marchas que asolaron el país durante su gobierno, la aguda crisis social, las altas cifras de violaciones de derechos humanos, la crisis económica desatada por la pandemia, el sentimiento generalizado de desgobierno, el creciente poder del clan del golfo, la ausencia de un objetivo claro de gobierno, y su inexperiencia y profunda desconexión con la realidad del país, explican por qué su gobierno terminó siendo uno de los más impopulares de las últimas décadas.
Pero, ¿realmente fue tan perverso? Sin duda fue defectuoso en muchos aspectos. Ya he nombrado varios. Pero en aras de promover la reflexión, también hay que reconocer algunos aciertos. En primer lugar, el más obvio: el éxito de la vacunación, que, según chismes de pasillo, fue más mérito de la vicepresidenta que del mismo presidente…
En segundo lugar, la exitosa reactivación económica, con la ayuda prestada a los pequeños y medianos impresarios, las medidas de exención tributaria, la suspensión de la cuarentena, y la aceleración de la recuperación económica a través de incentivos como los días sin IVA.
Y, en tercer lugar, los avances en la reincorporación social y económica de los firmantes del Acuerdo de paz (punto 3 del Acuerdo), que, en últimas, es lo que garantiza que los excombatientes puedan abandonar las armas. Es un hecho: hoy casi el 100% de los excombatientes están afiliados al sistema de salud y gozan del subsidio del Estado que corresponde a un 90% del salario mínimo, que fue extendido, durante el gobierno de Duque, a 7 años adicionales. El talón de Aquiles: la dificultad de ofrecer garantías de seguridad a las y los excombatientes, los pocos avances en los territorios PDET, y los puntos 1 y 4 del acuerdo.
Pero pese a estos logros, a unos cuantos días de finalizar su gobierno, el resultado es deficiente: la incapacidad de comunicar de manera asertiva las metas alcanzadas, la profunda desconexión con la realidad del país, la inexperiencia que demostró durante su mandato, el crecimiento de la deuda externa, la devaluación del peso, el crecimiento de la inflación, y las terribles cifras de desempleo, informalidad y pobreza con las que cierra su gobierno, lo exiliarán al país de los malos recuerdos. Quizás sólo la Historia, desde un análisis menos acalorado y con la distancia del tiempo, le reconocerá alguna que otra cosa.
Cerrando el capítulo de Duque, paso al segundo nivel del análisis: la Historia del populismo en Colombia, y la reivindicación de lo popular que Gustavo Petro y Francia Márquez lograron capitalizar. Estamos pues, ante los reivindicadores del pueblo, que utilizan un discurso muy similar al discurso paternalista de Gaitán, y que, por primera vez, desde mediados de siglo XX, lograron convencer a un enorme porcentaje de la población colombiana, de apoyar un proyecto político de izquierda.
A diferencia del presidente que sale, el que entra, da la sensación de conocer las necesidades del pueblo y de estar profundamente conectado con su realidad. Es pues, un caudillo digno de admirar, una figura inusual en un país con una Historia muy particular, un caso sui generis en América Latina: la única democracia del continente que, mal que bien (limitada, imperfecta, coja, oligárquica, como la quieran llamar) se ha sostenido por 200 años, y que no tuvo largas dictaduras ni regímenes populistas, porque las élites políticas se encargaron de asfixiar a todos los “outsiders” con tintes autoritarios y populares a lo largo del siglo XX (Reyes, Gaitán y Rojas Pinilla, entre otros).
Pero el triunfo de Petro demuestra que, aunque soterrado, el populismo siempre estuvo ahí, creciendo, invisible, bajo la tierra. Álvaro Uribe, desde un populismo de derecha, fue su primera expresión en el siglo XXI. Y Gustavo Petro, el caudillo de la izquierda popular, es la segunda.
Por todo lo demás, las expresiones de la política popular en el siglo XXI, también son el resultado de un profundo cambio que tuvo lugar en las últimas décadas, y que se concretó con la constitución del 91: la muerte de los partidos tradicionales, que abrió paso a una política más personalista, determinada por los amores y aversiones que generan los líderes políticos. Con esto no quiero decir que los políticos del siglo XX no despertaron enormes pasiones, pero sin duda en este siglo, con la ausencia de partidos fuertes que recojan las ideologías, valores y preocupaciones de los diferentes sectores de la sociedad, el fanatismo personalista ha llegado a niveles escalofriantes.
Pero volvamos al triunfo de la izquierda: el hecho es que la izquierda en Colombia, encabezada por el amado y a su vez odiado caudillo popular, Gustavo Petro, llega al poder y libera una olla a presión que estaba a punto de estallar, y que, de hecho, ya había estallado antes, en el siglo XX, cuando, tras el asesinato de Gaitán, las masas se tomaron las calles de Bogotá e incendiaron el tranvía, los edificios de la prensa conservadora, y las construcciones institucionales.
Setenta y cuatro años después, cuando el espectro político en Colombia se ha ampliado, y las élites políticas tradicionales han aprendido una que otra cosa sobre el pasado y las consecuencias del uso irrestricto de la violencia, la izquierda popular asume el poder y demuestra que sí es posible cumplir el sueño de las guerrillas maoístas y marxistas, pero ya no desde la lucha armada, sino desde el juego democrático.
La izquierda popular en el Palacio de Nariño demuestra que sí existe la democracia en Colombia (aunque imperfecta), y que ha habido un importante fortalecimiento institucional y una enorme apertura democrática en las últimas décadas. Pese a las denuncias de fraude que hizo en numerosas ocasiones el presidente electo, quedó demostrado que la Registraduría no es un mero espejismo, y que, a pesar de las imperfecciones del sistema, en Colombia hay garantías para llevar a cabo procesos electorales.
Finalmente, la izquierda popular del Pacto Histórico ha sabido recoger las preocupaciones de las nuevas juventudes citadinas, que temen un futuro apocalíptico, producto del cambio climático, pero que no quieren retornar a la vida de la fogata, la cueva y la caza, por lo que exigen soluciones difíciles de conseguir, que les permitan conservar el celular y el computador, comprar ropa cada mes y una que otra baratija en Dollar City, andar en carro, usar luz eléctrica y bañarse con agua caliente, pero tumbando las hidroeléctricas, acabando con las petroleras, y reduciendo las emisiones de CO2 que los países del norte global emiten en la fabricación de todos estos artículos de consumo.
Paso ahora a mi tercer nivel de análisis: el futuro. En el corto plazo, la elección de Petro es una bendición para el país. En especial, porque el presiente electo ha llegado con un discurso incluyente, de paz y reconciliación, manifestando incluso su deseo de reunirse con Álvaro Uribe. No hay duda de que la llegada de la izquierda al país trae un aire nuevo, libera tensiones, abre puertas a la esperanza y la reconciliación. Y esto resulta fundamental para la transformación de un país donde la violencia se ha convertido en una enfermedad endémica, que se ha nutrido de los odios políticos y la histórica persecución y represión de la oposición por parte de algunos sectores de la élite política.
Pero en el corto plazo, el presidente electo va a enfrentar muchas dificultades. En particular, le va a quedar difícil impulsar el Acuerdo de Paz, porque para ello va a necesitar muchísimos recursos, que ya tiene comprometidos en la creación del nuevo Ministerio de la Igualdad y en el incremento del gasto público en salud, educación y pensiones. Sin embargo, pocas personas harán seguimiento a la efectiva implementación del Acuerdo. Lo importante es que, discursivamente, el presidente sepa mantener la ilusión de que el Acuerdo se está implementando, y que ratifique el apoyo del gobierno a la paz, para que el electorado que lo apoyó por esta razón, no se torne opositor.
En últimas, el presidente tiene mucho que ganar y poco que perder. Sus propuestas redistributivas se enfocan en el corto plazo y no le apuntan a la generación de riqueza en el largo plazo, ni a la promoción de un desarrollo sostenible. Así, la reducción de la pobreza y de la inequidad en cuatro años, se conseguirá de manera sencilla, con el incremento de las transferencias monetarias, la reforma pensional, y el aumento del gasto público.
Los riesgos que debe enfrentar: la devaluación del peso, los efectos de la crisis económica mundial, el desabastecimiento, el aumento de la deuda externa (aunque entre los colombianos esto no es una preocupación mayor), los roces con el sector empresarial, y la férrea oposición que le van a montar sus contendores. Estimo, sin embargo, que estos son riesgos que el presidente va a poder maniobrar, con el discurso de oposición que ha sostenido todos estos años, y que seguirá utilizando durante su mandato, para ratificar el carácter revolucionario de su gobierno.
Así, con seguridad, no terminará con un índice de impopularidad mayor que el de Duque, pues la izquierda populista ha sido muy exitosa en capitalizar las frustraciones y el dolor los colombianos, mientras la derecha populista ha perdido el dominio en este campo (lo que explica, en parte, la derrota de Hernández). Creería entonces, que a Colombia le esperan varios años de regímenes de izquierda, y que lejos de convertirnos en Venezuela, nuestro caso será más similar al de Argentina, con una izquierda afianzada en la institucionalidad democrática.
Por todo lo demás, la Colombia que está de fiesta tiene razones de sobra para seguir bailando: el caudillo que representa sus frustraciones fue elegido, la paz con el ELN es hoy más viable que nunca, y aunque no está garantizada la implementación del Acuerdo con las FARC, discursivamente, el gobierno insistirá en su apoyo a la paz, y como sabemos, en el juego de la política, el discurso lo es todo. Además, no sólo quedó demostrado que la izquierda puede llegar al poder a través de las vías democráticas, sino que es bastante probable que consiga lo más importante que se propone en el corto plazo: reducir la pobreza y la desigualdad.
Pero en el largo plazo, está por verse qué tan sostenibles son sus políticas, si impulsarán el crecimiento económico, y si conseguirán una sostenida reducción de la pobreza y la inequidad en el país. O si, por el contrario, tal y como en Argentina, entraremos en un espiral de crisis económica sin salida. No hay que olvidar que a veces, tras la fiesta, llega la resaca…