Historia de un matrimonio
“Historia de un matrimonio”, la película de Noah Baumbach (sí: la de Netflix), me puso pensativa. Parecería que el matrimonio ha perdido vigencia, que es una institución caduca, medieval. Y cómo no, si se ha desacralizado, las prioridades han cambiado, la mujer se ha independizado, y las motivaciones económicas y políticas que antes ataban a los cónyuges de por vida, han desaparecido.
Y sinembargo, el amor de pareja, aquel anhelo de un amor eterno, es hoy más vigente que nunca. Basta con echarle una miradita a las películas de Hollywood. Encontrar la media naranja, conocer al indicado, saber a quién estamos destinados a amar, parece ser la gran obsesión del siglo XXI.
Pero por extraño que parezca, las cosas no siempre han sido así. A una sociedad obsesionada con la vida en pareja (y que no ofrece muchas otras alternativas de existencia) se contraponen cientos de años en los que la gente pensó y vivió de manera diferente. Créame: la gente no siempre vivió casada, ni emparejada, ni enamorada.
Como se imaginará, este tema me da para escribir tomos completos (ya lo han hecho much@s historiador@s antes de mi). Y es que son tantas las culturas y tantos los siglos transcurridos, que nunca se me acabarían los ejemplos. Pero en esta ocasión sólo le voy a hablar de un caso específico: de la Baja Edad Media.
Por allá en la Europa de esa época (siglos XIV – XVI), la mayoría de las personas se dedicaban a la vida monástica, y las pocas personas que se casaban, lo hacían por motivos muy diferentes. El matrimonio era un pacto entre familias, por beneficio mutuo, que muchas veces se definía antes del nacimiento de los cónyuges.
Esto era especialmente cierto en el caso de las familias aristocráticas, pero la cosa no cambiaba mucho para las personas humildes y para las familias campesinas. La familia de la mujer debía ofrecer una dote a la familia del novio, y dependiendo del valor de la dote, la familia del novio aceptaba o negaba el acuerdo marital. Por otra parte, a los 12 años, una mujer ya era considerada apta para el matrimonio, y era usual que se la casara con un hombre mayor, por conveniencia económica.
Así las cosas, eran muchas las personas que elegían la vida monástica. El fenómeno llegó a tales proporciones, que a principios de siglo XVI había miles de monasterios en Europa. Y los monasterios no eran precisamente cárceles tenebrosas y solitarias. Eran residencias de grandes dimensiones donde habitaban comunidades compuestas por varios miembros, que se dedicaban a diversas actividades, desde el estudio de textos griegos, hasta el cultivo de la tierra y la producción de cerveza (¡Sí: producían cerveza!).
Los monasterios eran además, una gran alternativa para las mujeres. Por un lado, no tenían que casarse a los 12, y por el otro, las monjas gozaban de mayores libertades, tenían acceso a libros y diversos conocimientos, y podían llegar a ganarse un reconocimiento intelectual que en el universo marital les estaría eternamente negado.
Ahora, imagino que cuando yo le hablo del siglo XVI usted piensa que eso fue hace mucho tiempo. Pero en realidad esto es Historia reciente. Entre historiadores incluso diríamos que fue antier. Palabras más, palabras menos, a lo que voy es a que lo que hoy entendemos por matrimonio, no es una institución arcaica que se ve amenazada por los tiempos atribulados que vivimos. Todo lo contrario: es una idea bastante novedosa (si se tiene en cuenta los miles de años que comprende la Historia de la humanidad), tan novedosa, como esta obsesión por la vida en pareja. Pueden entonces estar tranquilos los solteros: la vida en pareja no es la única alternativa. Siglos y siglos de Historia lo comprueban.