Sí señor: Las mujeres también partían el pan
Triste la última noticia del Vaticano: El documento final del Sínodo de la Amazonía rechaza la ordenación de mujeres.
No es la primera vez que un Papa se niega a dar este paso. Tampoco es la primera vez que diversos sectores de la Iglesia demandan cambios.
Por un lado, el alto magisterio eclesiástico sigue con la misma retahíla de hace décadas: que Jesús era hombre, que no llamó a ninguna mujer a ser parte de su grupo de apóstoles, y que Pedro era hombre, por lo tanto, las mujeres no pueden ser sacerdotes.
Por otro lado, los críticos y los movimientos feministas al interior de la Iglesia, argumentan que el sacerdocio femenino es una salida a la crisis vocacional de estos tiempos, y se valen de una serie de argumentos históricos para demostrar que en la larga historia del cristianismo, las mujeres han sido más que monjas. A continuación le echo el chisme de las mujeres sacerdotisas del cristianismo primitivo.
En esa época, entre los grupos cristianos (dispersos y a menudo contradictorios), primaba un espíritu igualitario que encuentra su mejor expresión en la famosa frase de Pablo: “no hay judío ni griego; no hay siervo ni libre; no hay varón ni hembra, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3,28).
No es entonces sorprendente que en ese entonces la mujer haya alcanzado una relevancia semejante a la de los hombres dentro de la estructura religiosa. Y es que dentro del movimiento misionero primitivo, la autoridad se legitimaba apelando directamente al Resucitado, es decir, no se veía determinada por el estatus social, la raza o el género (este cuento se lo echa completo Fiorenza Schüssler, en su artículo “Mujer y ministerio en el cristianismo primitivo”. Revista Selecciones de Teología , 327-337).
Más aún, el bautismo (en su fórmula pre-paulina) se entendía como la inserción en el cuerpo de Cristo (la Iglesia), cuya unidad se expresaba en la igualdad de todos los bautizados. Así, se rechazaban los privilegios masculinos, tan propios de las culturas antiguas, y se abrían nuevos espacios de participación para las mujeres. Incluso, como sacerdotisas y obsipas.
La evidencia más contundente de lo anterior, es el hallazgo de inscripciones de nombres de mujeres precedidos por las palabras episcopa (obsipa), leta presbytera (presbitera), y presbiterissa (de nuevo, presbitera) en frescos, tumbas y basílicas de los primeros siglos de la era cristiana.
Y hay más, muchísimas más evidencias, pero para no hacerle el cuento largo, le dejo la que más me gusta: en un texto del Siglo IV atribuido a San Anastasio, está escrito que las mujeres consagradas podían bendecir y partir el pan sin la presencia de un sacerdote varón y que “todas las mujeres que fueron recibidas por el Señor alcanzaron la categoría de varones” (De virginitate, PG 28, col. 263).
Sí señores: las mujeres también partían el pan, y como bien saben, esta es la principal potestad del orden sacerdotal. La pregunta de fondo, es, entonces, por qué no lo están partiendo hoy.