Nerds de la Historia

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En fin, la raza

Las cinco razas humanas según el famoso Blumenbach

1665. Una mañana soleada en Maryland. Ventea. Los árboles de tabaco se mueven con pereza, pesados, retando al viento. Los esclavos inician sus labores. Y el gran hacendado negro, Anthony Johnson, los vigila a través de su ventana.

Sé lo que está pensando: Aquí tiene que haber un error: ¿Hacendado negro? ¿Dueño de esclavos? 

Pues sí. Por extraño que parezca, los primeros africanos que llegaron a las colonias británicas no fueron esclavizados de inmediato, e incluso algunos llegaron a ser dueños de grandes extensiones de tierra y tuvieron esclavos. 

Tal es el caso de Johnson, quien fue raptado en Angola y vendido a un colono en Virginia, pero ojo, no como esclavo sino como “identured servant”. Esta forma de trabajo consistía en un contrato de aproximadamente siete años, en los que el trabajador se veía obligado a trabajar gratuitamente para su amo. Cumplido este periodo de tiempo, recuperaba su libertad.  

Así, cuando Johnson cumplió sus años de trabajo forzado, recuperó su libertad y el gobierno colonial le obsequió una justa porción de tierrita, a la que él le fue sumando nuevas hectáreas a medida que su cultivo de tabaco crecía. Más adelante consiguió sus propios “identured servants”, que le trabajaron durante el tiempo que duraron sus contratos. Y a medida que se fue consolidando la esclavitud en las 13 colonias, fue comprando sus propios esclavos.

Y es que todos tenemos en la cabeza la misma Historia: que el tráfico de personas a través del Atlántico siempre fue de africanos esclavizados. Que se les esclavizó por su raza. Que esos europeos eran unos racistas, que condenaban a las personas a la esclavitud por su color de piel.

Pero en realidad, en los tiempos coloniales, la raza (entendida no como un fenotipo, sino como un concepto complejo, que mezcla características morales y formas de comportamiento particulares) no existía. 

Créame: por eso la mayoría de los europeos que migraron a las colonias británicas en América, viajaron bajo la modalidad de “identured servants”, y cuando se inició el tráfico de trabajadores africanos, no existía una distinción entre ellos y los trabajadores europeos. 

De hecho, la esclavitud como un hecho permanente y de nacimiento, sólo se va a institucionalizar hasta 1662, cuando se establece el Partus Sequitur Ventrem: que aquellos nacidos de esclavos (esclavos no por raza, sino por crímenes cometidos o razones similares) serán esclavos de nacimiento. Y sólo hasta 1705, se van a definir como esclavos aquellas personas que eran de países no cristianos. Ojo: países no cristianos. Incluso entonces, la raza no aparece por ningún lado. El factor decisivo, es la cristiandad.

¿Entonces qué es la raza? ¿Cuando empieza a categorizarse a las personas a partir de un fenotipo al que no se le dio mayor importancia durante siglos? ¿Cuando se empieza a asociar el color de la piel con un cierto comportamiento?

El problema empieza, claro, con la colonia. Pero la raza entonces sigue sin ser lo que entendemos hoy. Están los cuadros de castas, regados por todo América Latina. Ahí hallamos un primer intento de clasificación. Y sin duda, esa diferenciación por cristiandad que utilizaron los colonos ingleses para justificar la esclavitud, también contribuyó.

Pero la raza, ese concepto ambiguo que utilizan los supremacistas blancos, los neonazis y todos sus compinches para diferenciarse de otras personas y ponerse en una posición de superioridad moral, intelectual y estética, es el resultado de toda la carreta que se inventaron los sociólogos, científicos y antropólogos de los siglos XVIII – XIX, que vivían obsesionados con categorizar y medir (para dominar).

Así, por ejemplo, Carlos Linneo dividiría a la humanidad en cuatro grandes grupos, diferenciados no sólo por su fenotipo sino también por su condición moral. Los Europaeus eran “inventivos” y se caracterizaban por su “gobierno de las leyes”, los Americanus “coléricos, contentos de su suerte, amantes de la libertad”, los Asiaticus “melancólicos, estrictos y gobernados por la opinión”, y los Afer, “perezosos, astutos y gobernados por voluntades arbitrarias”. 

Después, Friederich Blumenbach se dedicaría a medir cráneos para determinar qué raza era la más inteligente, Herbert Spencer adaptaría las tesis de Darwin a la sociología, sosteniendo que la “raza más apta” -obvio: la blanca- sería la que sobreviviría a las demás, y más adelante, nacería la eugenesia: esa teoría científica (ahora la llaman “pseudocientífica” pero en esa época era considerada ciencia pura y dura, con todo su poder y legitimidad) según la cual, mediante el control de la natalidad, el control migratorio, y la esterilización forzosa, entre otras medidas, la raza de una nación se podría mejorar.

En resumidas cuentas, a lo que voy, es a que el concepto de la raza -y por ende, el racismo- no tiene nada de natural. No es natural sentir aversión u odio por una persona con rasgos diferentes a los propios, o pensar que esa persona, por verse así, se comporta de una u otra manera. La raza y el racismo son construcciones históricas. Y lo mismo podría decirse del odio en todas sus formas y colores. 

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