Contra el miedo
Hoy tenemos miedo. El síndrome de la cabaña (ese pánico corrosivo a salir de la casa) se mezcla con el temor a que mueran nuestros seres queridos o a perder la propia vida. A esto se suman la incertidumbre sobre el futuro, el miedo al colapso económico y el miedo al hambre.
Pues bien, en tiempos de miedo, debemos hacernos la pregunta por sus usos políticos y sus consecuencias sociales. Y como siempre, la Historia nos ofrece diversas respuestas.
Empecemos por la Roma de Julio César, ese imperio que vivía en constante proceso de expansión, trazando fronteras frente a los pueblos “bárbaros” una y otra vez. La representación más magistral de este periodo de la Historia la ofrece Dan Carlin en su podcast sobre el holocausto celta. Nos presenta a un Julio César que utiliza el discurso del miedo para invadir nuevos territorios, y que con cada territorio que invade, traza una nueva frontera y construye un nuevo muro. Es pues, una historia sin fin: detrás de cada nuevo muro siempre hay un nuevo “otro” al que temer. Y este miedo al vecino motiva una nueva invasión.
Este temor a los bárbaros, a aquellos que son diferentes, cuyas costumbres y creencias son ajenas e incomprensibles, está también muy bien retratado en la novela de Coetzee “Esperando a los bárbaros”. Y la novela no sólo es una metáfora de la Historia de Occidente. También es una confrontación personal, un cuestionamiento a nuestra dificultad para reconocer y aceptar la diferencia.
Y del miedo a los vecinos, pasamos al miedo a la peste. El miedo a la peste genera todo tipo de reacciones. En algunos casos paraliza y entumece. En otros, radicaliza, inspira movimientos fanáticos y crea culpables. Tal es el caso de las persecusiones y masacres de judíos que tuvieron lugar durante el Siglo XIV en Europa, como consecuencia de la propagación de la peste bubónica.
Si bien la posición oficial de la Iglesia Católica era que se debía proteger al pueblo judío pues en su seno había nacido Jesús, una vez se desató la peste, muchos cristianos culparon a los judíos de envenenar las fuentes de agua y desatar la epidemia. Estas acusaciones motivaron todo tipo de crímenes, desde persecuciones, intimidaciones y torturas, hasta masacres de grandes proporciones, como la masacre de Strasboroug en la que más de 150 judíos fueron quemados vivos.
Lo mismo se puede decir de la cacería de brujas en la Europa de la modernidad temprana (1550-1650), que de acuerdo con Helen Christian, halla su principal explicación en el rebrote de la peste y la necesidad de fijar chivos expiatorios. Y es que como cabe esperar, esos chivos expiatorios siempre son los “otros”, los vecinos, los desconocidos, aquellos que, al ser diferentes, inspiran miedo. En este caso, las mujeres y los judíos.
Pero la peste también paraliza, entumece. Y que lo digan los aztecas y los incas, que ante el desconcierto que causó la llegada de la viruela y sus miles de muertos, quedaron paralizados de terror. Y terror del más terrible, del divino, pues interpretaron la peste como un castigo de los dioses. Así fue como, según William McNeill, entumecidos por el miedo visceral, perdieron ante las tropas españolas, propiciando su propio fin.
Finalmente, la Guerra Fría nos ofrece todo un universo para reflexionar sobre el miedo. Y es que durante este periodo no hubo acción que no estuviera motivada por él. Desde la doctrina de la contención, hasta la creación de la OTAN y la carrera nuclear, y desde la Guerra de Corea, hasta el golpe de Estado a Salvador Allende, todos estos hechos fueron motivados por el miedo a la expansión del comunismo. Basta con ver Star Wars, leer los cómics de Capitán América, o pegarle una repasada a la propaganda política de Guerra Fría: la amenaza del comunismo soviético era inminente.
Paradójicamente, el miedo a la destrucción nuclear también evitó una confrontación directa entre las dos grandes potencias y llevó a la firma del Tratado sobre Misiles Antibalísticos y a las negociaciones para limitar la producción de misiles balísticos intercontinentales, más conocidos como los acuerdos SALT. Y quizás sea ese mismo miedo a la capacidad destructiva de las armas nucleares, el que haya evitado una guerra nuclear hasta el día de hoy.
El miedo es entonces un buen consejero, un amigo sabio que nos pone en contacto con nuestro instinto de autopreservación. El miedo nos llama a la moderación, al autocuidado, en fin, a la racionalidad. Pero también encierra una profunda oscuridad. Puede ser utilizado desde el discurso político para justificar todo tipo de crímenes, guerras y políticas de dominación. Puede crear un mundo plagado de murallas.
Y puede paralizar a los pueblos propiciando su propia destrucción…
Bibliografía
- “The Celtic Holocaust”, Dan Carlin, 2017. Podcast disponible en Spotify.
- “Esperando a los bárbaros”, J.M Coetzee, 1980.
- “Antisemitism”, Richard S. Levy, 2005.
- “Black death”, Robert S. Gottfried, 2010.
- “Plague and Persecution: The Black Death and Early Modern Witch Hunts”, Helen Christian, American University, 2011.
- “Plagues and peoples”, William McNeill, 1976.
